Nuestra airada protesta por el múltiple crimen y nuestras condolencias a la Policía Nacional y a las familias del suboficial y los cinco patrulleros, que se suman a las miles de víctimas de la insania criminal de las Farc



A los colombianos de a pie nos cuesta trabajo admitir que los mandamases de las Farc se den el lujo, por graciosa concesión del Gobierno, de fungir como contraparte legítima del Estado y aparecer ante el mundo como “amigos de la paz”, pretendiendo lavar con discursos almibarados su catadura terrorista, mientras aquí sus bandas criminales cometen a diario atentados contra la Fuerza Pública y la población civil.

Prueba de su cobardía y de su incapacidad militar de enfrentar al Ejército, fue el aleve ataque de hace varios días en un paraje rural entre Padilla y Puerto Tejada, Cauca, contra patrulleros de la Policía de Carreteras que se movilizaban en cuatro motocicletas en su misión de control de tránsito. Los guerrilleros del sexto frente de las Farc no solo dispararon a mansalva y sobre-seguro contra los uniformados, sino que después remataron a los heridos con tiros de gracia y dejaron en el lugar una carga de 40 kilos de dinamita con la intención de atentar contra el personal de rescate y refuerzo. Nuestra airada protesta por el múltiple crimen y nuestras condolencias a la Policía Nacional y a las familias del suboficial y los cinco patrulleros, que se suman a las miles de víctimas de la insania criminal de las Farc.


No menos cobarde fue el atentado de la noche del 31 de octubre, muy cerca del parque principal del municipio de Pradera, Valle del Cauca, donde se congregaban miles de personas, convocadas por la Alcaldía a la celebración de la ‘noche de las brujas’, por lo que había una presencia inusual de niños. Aparentemente, según una primera hipótesis de las autoridades, el ataque iba dirigido al comando de la Policía, situado a una cuadra del lugar del siniestro, pero el artefacto explotó antes de tiempo, dejando muertos a los dos milicianos del sexto frente -alias ‘chiqui’ y alias ‘Luicito’- que lo portaban, y causando heridas a 34 civiles, entre ellos 14 menores de edad, de los cuales tres debieron ser hospitalizados en Cali con graves traumas craneoencefálicos.
Que el objetivo directo no fuera la población civil no hace menos repudiable la conducta de las Farc, claramente violatoria del DIH, entre otras razones porque la Policía es un órgano de naturaleza civil y su presencia en los cascos urbanos o en las carreteras, como en el caso de los patrulleros de Padilla, es de carácter meramente preventivo y de protección de vidas y bienes de los ciudadanos.


Más allá de la casuística de actos terroristas aparentemente aislados, es evidente que detrás de ellos está el plan de las Farc de mostrarse fuertes ante una atolondrada opinión internacional, con los ojos puestos en los próximos diálogos de La Habana. Pero ya no engañan a nadie con la presunción de poder militar y territorial -si alguna vez tuvieron alguno- en municipios como Pradera y Florida, célebres por los varios intentos fallidos de convertirlos en “zona de despeje” para un supuesto “canje humanitario” de guerrilleros presos por soldados y policías secuestrados.
Lo que está muy claro para los colombianos y ojalá lo entiendan en todas las latitudes, es que las Farc, aparte de que no han dejado de ser un solo minuto un grupo terrorista, son el más poderoso cartel del narcotráfico y sus atentados hacen parte de su estrategia para proteger e incrementar el lucrativo negocio y asegurarse de rutas para exportar la droga y aprovisionarse de armas y vituallas. A eso están dedicados y nada más.