Lo que fue guerrilla ideológica se ha convertido en caterva de narcotraficantes y asesinos.



Señor Rodrigo Londoño Echeverry:
Prefiero dirigirme al joven formado para la revolución violenta en la Juventud Comunista por su nombre de pila colombiano y no por el un tanto exótico del mariscal soviético de la II Guerra Mundial, que usted adoptó como alias de combate. Pienso que el nacionalismo bravío que el comunismo esgrimió contra el imperialismo yanqui lo aleja de ese otro esclavizante del cual se apartó cuando los mismos rusos que lo impusieron se desencantaron de su invento y con Mijaíl Gorbachov a la cabeza se sacudieron del yugo totalitario para emprender la senda de la libertad.
Recibe usted el mando supremo de un caduco órgano revolucionario que prefirió criminalizarse con el narcotráfico a preservar su rumbo político de aliento soviético, así fuese para terminar en el mismo desencanto de una propuesta que contradice la naturaleza humana con una "dictadura del proletariado" ajena a la idiosincrasia colombiana. Como también lo fue para el pueblo ruso.
Cuando usted ingresó a las Farc, halló una fuerza armada en ascenso que alcanzó su cenit a fines del siglo XX merced a las fabulosas ganancias del tráfico de estupefacientes convertido en soporte financiero del movimiento armado que había vendido su artificiosa conciencia moral por el dinero maldito de la droga, sin entender que esta perversión sería su ruina. Una política de Estado diseñada por el presidente Álvaro Uribe Vélez con apoyo en la estrategia militar de unas Fuerzas Armadas gestoras de su propia y trascendental reforma bajo el liderazgo de los generales Jorge Mora Rangel en el Comando del Ejército y Fernando Tapias Stahelin en el de las Fuerzas Militares.
A partir del 2002, el gozne del destino, parafraseando a Winston Churchill, comenzó a girar. Se acabaron los éxitos espectaculares de Miraflores, Las Delicias, Quebrada del Billar, Mitú y Patascoy. Comenzaron los de las Fuerzas Militares que en los dos últimos años produjeron las operaciones magistrales de 'Jaque', 'Fénix', 'Camaleón', 'Sodoma'. Se desarticuló la dirección superior de la guerra.
Penetradas las redes de comunicaciones por la Inteligencia Militar, rescatadas regiones enteras de la influencia revolucionaria, fueron cayendo uno a uno los cabecillas, el secretariado político se esfumó, el Estado Mayor militar se quedó sin oficio con la desvertebración de sus frentes y la fragmentación de las agrupaciones menores que los componían. Para rematar el desastre, el asesinato infame de los cuatro rehenes demuestra el estado de degradación moral de sus fuerzas.
Ante semejante panorama, sería insensato de su parte proseguir una lucha de supuesta reivindicación popular, cuando ante su pueblo y ante el mundo lo que fue guerrilla ideológica se ha convertido en caterva de narcotraficantes y asesinos. Le quedan dos caminos, que en su condición de nuevo jefe supremo puede escoger antes de que la criminalización lo comprometa irremediablemente: persistir con terquedad comunista en el camino hacia la desintegración total, o acogerse a la oportunidad única que el gobierno del presidente Santos, ejecutor de la brillante línea político-militar de su antecesor, le brinda y pasar a la historia como el hombre que puso un final digno a la guerra fratricida emprendida por las Farc.
Llegar a la cabeza de los despojos agónicos de lo que fue y dejó de ser implica enorme responsabilidad ante su pueblo, sus hombres, su patria, la historia.
Su destino, Rodrigo, es prolongar la hilera de tumbas que sus predecesores abrieron con irresponsable obcecación, o recibir el reconocimiento de sus compatriotas y sus propios combatientes por cerrar el capítulo macabro de sangre y horror.
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