martes, 10 de mayo de 2011

¿Dónde está el partido?

¿Dónde está el partido?

Por Erika Salamanca
De Atrabilioso

Desde muy joven comencé a interesarme por los temas políticos del país, siempre tuve claro que el día que diera mi primer voto en las urnas, lo haría por el candidato que representara las mejores ideas y las mejores propuestas, y no me dejaría llevar por los colores políticos del momento.

Mi apatía por los partidos políticos comenzó muy temprano. Recuerdo las clases en el colegio, donde el profesor narraba los sucesos que habían marcado la historia reciente del país, la llamada época de la violencia, protagonizada por la lucha entre liberales y conservadores, lucha que encontró el detonante en la muerte del liberal Jorge Eliecer Gaitán. El asesinato de este líder político trajo consigo muchos otros crímenes, terrorismo y destrucción de la propiedad pública y privada, no sólo en Bogotá, sino en todas las ciudades de Colombia.

Mi padre solía contarme la historia de ese 9 de abril de 1948, cuando él tan sólo tenía 9 años. El Bogotazo no discriminó edad, estrato, ni condición, todo el país fue víctima de un baño de sangre en el que murieron cerca de doscientas mil personas. Nadie de mi familia pereció en ese episodio, pero puedo imaginar la angustia vivida por ellos por las narraciones de mi papá, en las que al detalle ilustra cómo la gente hacía saqueos, quemaba el tranvía, y destruía iglesias. No se salvaba nada, el odio encegueció a la gente.

No justifico ni justificaré que la política pueda general tales grados de violencia. Tuve siempre la creencia, basada en los hechos históricos, de que los partidos políticos no traían más que odios y polarización a un país. Sin embargo, hoy soy consciente de la importancia de consolidar dichos partidos como parte importante de una democracia, deben ser entes que representen un cuerpo de doctrina que eduque de alguna manera a los ciudadanos en los principios democráticos, en el valor y el respeto por las instituciones y en la defensa y promoción del estado de opinión como parte fundamental del Estado de derecho.

En Colombia, los partidos políticos no representan lo que deberían, en mi humilde opinión, simplemente se han ganado un rol de carácter institucional, los miembros de las diferentes colectividades en nuestro país son quienes ocupan las más altas dignidades dentro del Estado, en el Poder Ejecutivo, en el Legislativo y en el Judicial. Pareciera entonces, que sólo quienes pertenecen a maquinarias políticas logran conseguir fácilmente una magistratura, una silla en el Congreso de la República, un ministerio, o una embajada. Claro, toda regla tiene su excepción, pero en el panorama general, es así como desde la barrera lo vemos los colombianos que no hemos estado vinculados directamente con la política.

¿Se han preguntado alguna vez por qué en Colombia los partidos no tienen ninguna credibilidad?
 
¿por qué no han podido formar un cuerpo de doctrina claro?

¿por qué hay distancias ideológicas abismales entre dos miembros de una misma colectividad? 

Creo que una de las razones fue su afán de consolidar poder sin involucrar al pueblo. Además, militan en ellos líderes que lejos de representar una doctrina de pensamiento, representan el “voltearepismo”, son camaleones políticos que van cambiando de color de acuerdo con sus intereses; simplemente hacen parte de una colectividad con base en los beneficios que ello pueda representarles. Por eso, hoy vemos políticos que ayer fueron rojos, hoy son azules y mañana serán verdes. Son los que se hacen elegir por el pueblo con un partido, y terminan gobernando bajo las banderas de otro.

Yo, soy uribista, creo en la ideas del líder que le demostró a toda una nación que se podía recuperar el rumbo, pese a que por muchos años se la calificó de Estado Fallido. Soy uribista, pero me siento sin partido. Aunque el Partido de la U representa las ideas del presidente Uribe, aún no sienta las bases para asegurar una larga vida a la colectividad. Han caído en el error de todos los demás, aceptar militantes oportunistas que nada tienen que ver con las políticas del uribismo. El Partido de la U debe desprenderse de todo aquel que no represente los intereses, las ideas y los valores democráticos que practicamos los verdaderos uribistas.

AtrabiliosoEs obvio que en una colectividad existan algunas diferencias, es normal, pero estas diferencias no pueden ser estructurales. Por eso, con mi columna de hoy, quiero hacer un llamado al uribismo, un llamado que logre reunir a los verdaderos militantes de nuestra corriente política, para que sea un partido que se base en las ideas y las políticas del presidente Uribe, un partido con un discurso consistente, sin demagogia, una colectividad que represente la relación mutua entre democracia representativa y participativa, en el que la confianza popular brinde gobernabilidad y transparencia. Un partido consciente del significado de la austeridad, un partido de principios, con visión de desarrollo y de crecimiento económico. Una colectividad con toda la determinación de combatir al terrorismo por vías institucionales y sin apaciguamientos. Un partido que represente el bienestar del ciudadano, construido de la mano de una política de inversión con responsabilidad social. Tenemos el líder y jefe político, pero ¿dónde está el partido?


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