sábado, 23 de julio de 2011

Señuelos, escudos y mamparas

Señuelos, escudos y mamparas

Francisco Javier Saldarriaga Á.
Introito: La corrupción es un cáncer ubicado en la mayor concentración de poder del país con metástasis irrigada en el resto del territorio nacional.

Atacarla es la obligación de todos nosotros, con actuaciones coherentes, con sanos principios de honradez.

Las telenovelas atraen a su público haciendo adelantos del próximo capítulo como un abrebocas de lo que sucederá en ese episodio. Parece que este resulta con el incremento del interés de los asiduos y el reclutamiento de nuevos televidentes.

Tenemos un alto dirigente nacional que usa esas prácticas de las programadoras de televisión para promocionar sus novelones.

Éste se ha dedicado a promover audiencia para sus denuncias sobre lo que ya se había denunciado, en la mayor parte de los casos. Son denuncias viejas con ropa nueva, que les compraron con los cambios de Fiscal y el nombramiento de nuevos magistrados.

Semana a semana salen anuncios sobre el nuevo escándalo, proveniente de las palabras del individuo que ocupa el cargo político más importante del país.

Cacarea sobre lo que hicieron otros pero que, por desidia o por razones desconocidas o muy lucrativas de los competentes en su momento, estaban durmiendo el sueño del olvido.

Sabemos que la corrupción es hermanastra ilegítima del poder; eso se nota con suma claridad con los hechos que muestran la cultura de la propina, el soborno, el cohecho y todas esas prácticas que se están aireando.

Atacar eso es atacar la cultura centenaria generada por el centralismo de nuestra organización política.

Con las decisiones que tomamos los colombianos a finales del siglo XX empezamos a trasladar algo de autonomía y muchas de esas dañinas costumbres, permearon a la provincia.

Muy seguramente como jugador de póker, este personaje está calculando réditos personales y beneficiosos para sí, puesto que para el país, y es mi opinión, el daño será irreversible y pasarán algunas generaciones para resarcir las pérdidas de credibilidad y restablecer la confianza en el Estado.

Confianza que estaba empezando a florecer con la política de seguridad democrática y el empeño cierto y demostrable con resultados y percepciones del común de las gentes, sobre los beneficios que esta estaba trayendo para el país.

Ese ataque -loable en todo sentido- y promoción del mismo a la corrupción, parece que se está haciendo para desviar la atención y buscar que la gente olvide o le reste importancia al deterioro de la Seguridad en Colombia y duele que, lo que se hizo en años anteriores con persistencia y objetivos definidos, se destruya en menos de un año por un camaleón que se nos metió disfrazado. Ese ha sido el cañazo de su vida como tahúr.

Lloverán agresiones verbales de los beneficiarios de ese deterioro, pero no podemos tapar el sol con los dedos.

Postre: Qué horror. Casi capturamos a Cano. 



El Colombiano

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