lunes, 27 de junio de 2011

Deshaciendo los desmanes de las Farc

Deshaciendo los desmanes de las Farc

ONCE AÑOS DESPUÉS, la Fiscalía llega a Samaria (una remota vereda de la cordillera central) para exhumar a uno de los cientos de muertos que se le atribuyen al frente 47 de las Farc. EL COLOMBIANO visitó el antiguo fortín de alias "Karina".
José Guarnizo Álvarez | Vereda Samaria, Pensilvania, Caldas 
Hernán VanegasParado junto a un hueco donde se supone enterraron a su hijo, al viejo Jesús Alcides Arango todavía le quedan arrestos para pedirle a los presentes que, si gustan, le permitan "cualesquier cinco minuticos" para lanzar al viento unas palabras de la Biblia.

A 90 centímetros de profundidad se divisan dos cráneos renegridos -apretujado, uno detrás del otro- y un puñado de piezas óseas, a las que este campesino de 76 años de edad no les ha quitado el ojo desde que comenzaron a salir del fango.

Mientras limpia y despeja hueso por hueso, Óscar Hidalgo -el antropólogo de la Unidad de Exhumaciones de la Fiscalía General de la Nación- dice que uno de los cuerpos lleva las manos acomodadas hacia atrás, como si hubiese estado atado por la espalda antes de la inhumación.

De una bolsa de plástico negra, don Alcides saca ese libro sagrado que con tanta maña cuidó durante las 11 horas de camino:

"Yo leo una oracioncita ahí y si quieren se toman de las manos, ya el resto es privado, por favor. Me dicen cuándo".

El silencio del monte apenas es interrumpido por el ruido de las chicharras y el zumbido de un enjambre de abejas que han llegado hasta este filo que se levanta a 1.740 metros sobre el nivel del mar.

Con el sudor azorándole la cara, luego de haber paleado tierra durante más de cuatro horas, Hidalgo mira a su alrededor y le extiende la mano a un compañero, siguiendo con rigor las instrucciones de don Alcides.

Cinco soldados de la compañía Alemania, del Batallón de Infantería "Batalla de Ayacucho", del Ejército, se deshacen de lo que llevan encima para unirse a lo que parece una cadena humana de oración en la mitad de la maleza y la maraña.

"Me dicen cuándo, me dicen cuándo", repite don Alcides, ansioso. En ese momento comienza a escucharse un grito que permaneció anegado durante hace cinco años:

"Hay poder en Jesús de Nazaret, y en el nombre poderoso de nuestro señor Jesucristo yo le ordeno a este espíritu que salga de esos huesos y vaya adonde no le hagan daño, porque son almas de Dios".

Don Alcides marca luego un silencio y no se deja quebrar. A lo mejor deja que las lágrimas le corran por dentro, porque por fuera no se le ve más que el rostro enjuto y barbado.

Llegar hasta la fosa no fue una tarea fácil. Un equipo criminalístico (compuesto por cuatro investigadores y el fiscal de Exhumaciones, Gustavo Duque) había salido de Medellín tres días antes con algunas coordenadas que proporcionaron campesinos de la zona.

Los muertos de Arboleda
Martes 21 de junio . La primera parada es Puerto Venus, un corregimiento de Nariño, Antioquia, a donde alcanzó a llegar con toda su fuerza, seis años atrás, el señorío del Frente 47 de las Farc.

"Los guerrilleros eran los que gobernaban este pueblo. Aquí venían a las tiendas, compraban lo que necesitaban y se iban. A uno le tocaba quedarse callado porque Policía ni siquiera había", cuenta un habitante parado en el centro de la plaza.

El camino continúa en carro hasta Arboleda, territorio que pertenece al municipio de Pensilvania, Caldas. Según Liliana Patricia Ramírez Rivera, personera de este municipio, a partir del año 2008, comenzaron a llegar, a cuenta gotas, las denuncias por violaciones a los Derechos Humanos.

"Hoy puedo decir, con tristeza, que hubo alrededor de 140 homicidios, unas 40 desapariciones forzadas, unos 13 secuestros. Hoy las víctimas todavía están a la espera de que los indemnicen", asegura.

Solo la Unidad liderada por el fiscal Duque, contabiliza en el área cercana unas 40 exhumaciones desde que entró en vigencia la Ley de Justicia y Paz (Año 2005. Esto incluye los municipios de Nariño y Argelia, en Antioquia).

Pero es allí, en Arboleda, que salió al paso don Alcides, quien para las ocho horas de camino que le esperaban, ya llevaba al hombro su equipo de montaña: una Biblia, un zurriago, un poncho y una bolsa llena de pedacitos de panela.

En este pueblo circundado por calles abruptas y destapadas, aún hay recuerdos patentes de la toma guerrillera del 29 de julio del año 2000, en la que murieron 13 policías y tres civiles. Doce uniformados escaparon y uno más continúa hoy desaparecido: el agente Luis Fernando Ramírez Castro.

Sorangel Osorio -una morena de ojos grandes y azulados- era, para la época del ataque, la encargada de barrer y trapear los pisos del Comando de Policía.

A los 52 años de edad y exhibiendo una pierna que todavía le duele, Sorangel reconstruye lo que pasó.

«Faltaban cinco para las 9 de la mañana cuando yo llegué a trabajar. Era un día muy cerrado y nublado. Yo andaba muy asustada por esos días por tanto comentario que había de que la guerrilla se iba a meter en el pueblo. Pero todo el mundo me decía, vea, Sora, tiene que ser que esté muy de malas para que en el ratico que usted esté allá trabajando esos 'yo no sé cuántas' (expresión que evita pronunciar una grosería) se metan.

»Pero vea, estaba yo barriendo el corredor cuando escuché el primer disparo. El Sargento, comandante de la Estación, me dijo que me tirara al piso. Yo era muerta del miedo viendo a esos policías con esas carabinas de allí para acá.

»Entonces me metí debajo de una cama y me pusieron unos colchones encima. Los codos míos eran pelados, chorreaban sangre, de tanto estar aguantando el peso. Y ellos combatiendo desde la misma pieza donde yo estaba, yo no sé cómo no me enloquecí. Eso fue muy duro.

»Cuando ya tarde, no sé qué horas serían, me sacaron de allá. Eso se prendía y se aplacaba por ratos. Yo me salí agachada por el pasillo, bajé unas escalas y ahí vi al Sargento que me dijo, Sora, que le vaya bien. Esa fue la última vez que lo vi. Luego me tiraron para la casa de la vecina de al lado, por entre un roto en la pared que habían hecho.

»Un policía que estaba afuera se quería meter a la casa, pero con el dolor en el alma tuvimos que cerrarle la puerta, con tranca, porque nos iban era a matar a todos. Varios guerrilleros salieron a las calles con un parlante diciendo: 'por favor, si hay civiles cerca al comando, sálganse que todo esto lo vamos a bombardear'. Entonces a nosotros nos daba miedo salirnos porque la Policía ya nos había dicho: 'el día que se metan las Farc acá, donde estén, quédense, porque una bala los puede coger'. Eso era lo que yo tenía en la cabeza.

»Yo veía gente que se salía por los techos, pero mejor decidimos quedarnos ahí con un cuchito de vela para alumbrarnos. Pero cuando ese cuchito se acabó, nos quedamos en tinieblas.

»Ya estaba de noche. Yo pensé que había llegado la hora de morir. El carro bomba estalló por ahí a las 2 y media de la mañana. Ahí fue que quedamos atrapados debajo de los escombros. Una varilla gruesa quedó aprisionándome la pierna, vea, todavía me duele. Eso es muy duro. El esposo de la vecina se había puesto encima un colchón de paja para protegerse y murió quemado (En ese momento Sorangel interrumpe su relato y deja venir el llanto)».

Al final, esta mujer fue sacada de la casa, herida, por los mismos guerrilleros. Dando tumbos, yendo y viniendo por las calles, Sorangel alcanzó a ver el pueblo derruido. Sintió la bomba que destruyó la Iglesia y vio cuando los guerrilleros se tomaron las tiendas y las tabernas, para repartirse lo que había.

Antes de que terminaran más de 24 horas de explosiones, Sorangel escuchó el sonido de los vallenatos con los que la guerrilla celebró los muertos.

Deshaciendo los desmanes de las Farc
Nacianceno Duque, quien para la época de la toma era carnicero, dice que desde eso Arboleda no se ha podido volver a levantar. "La parte de infraestructura fue reconstruida de nuevo. Pero en lo económico, la entrada de la guerrilla significó un retroceso enorme. Mucha gente cometió la brutalidad de tumbar sus cafetales para sembrar coca. Y cuando ya no hubo coca, ya no hubo nada", dice.

Nadie en Arboleda habla de la toma del pueblo, sin mentar a Elda Neyis Mosquera García, alias "Karina", la severa comandante del Frente 47.

Según un Juez Especializado de Manizales (Caldas), ella fue quien adiestró y dirigió a más de 500 hombres antes y durante aquellos dos días de terror. Fue así como el despacho condenó a Elda Nayis a 33 años de cárcel, como autora de los delitos de "homicidio agravado en concurso con terrorismo, rebelión y hurto calificado y agravado".

Vale decir que alias "Karina" es hoy postulada de Justicia y Paz, lo que le da la posibilidad de una pena alternativa no mayor a ocho años de prisión. Una pena de la que Nacianceno prefiere no hablar.

En busca de la fosa
Miércoles 22 de junio. La idea es dejar Arboleda y caminar hasta Samaria, la vereda en la que Duvelio Marín, el hijo de don Alcides, fue visto días antes de que desapareciera, en agosto de 2005.

Allá, en la finca de un tío, el muchacho trabajaba cultivando café y caña, según recuerda Duvián, otro de la descendencia de don Alcides.

Aquella no era precisamente la zona más adecuada para que Duvelio ejerciera sus funciones de agricultor.

"Porque imagínese, aquí en Arboleda el Ejército y la Policía lo tenían por guerrillero y en cambio en Samaria, 'Rojas' lo fichaba de informante", dice el viejo.

Cuando don Alcides habla de "Rojas", se refiere a Pedro Pablo Montoya Cortés, un mando medio del Frente 47, recordado por haber asesinado a su jefe (alias 'Iván Ríos') luego de lo cual le cortó una mano para cobrar una recompensa de 5 mil millones de pesos.

La mitad de dicho dinero fue desembolsado a "Rojas", según declaraciones que entregó el entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, el 15 de enero del año 2009.

Lo último que se supo fue que a Duvelio, de 26 años de edad para esos días, lo amarraron y se lo llevaron junto a otro muchacho llamado Álvaro de Jesús Soto Castaño, cuyo cuerpo se presume fue el que apareció también hundido en la fosa.

"Otras veces era que lo detenían en el Comando de la Policía, lo dejaban allá una noche y al otro día aparecía. Yo le preguntaba, mijo, cómo hizo pa' salir y él me contestaba, ah, padre, estuve de buenas que llegó un soldado que me conocía", prosigue don Alcides.

A Samaria se llega cruzando -a pie o a lomo de mula- el cañón del río Samaná.

Es un camino bordeado por abismos y despeñaderos que van delineando, pliegue a pliegue, los surcos de la cordillera Central.

A todos aquellos filos fue llegando don Alcides, de 76 años de edad -hay que recordarlo- sin más equipo que sus piernas de roble.

Aunque durante ocho horas no aceptó ir montado sobre ninguna bestia, al llegar a Samaria lo sobrecogieron súbitos calambres. Fue en ese momento que atinó a decir: "Oiga, señor, me duelen hasta los pantalones".

Se fueron y no volvieron
En Samaria la Iglesia está sellada con un candado que escurre óxido. El sacerdote no volvió hace mes y medio. ¿Por qué? "Será por lejos", dice una señora mientras barre el frente de su casa.

De 44 familias que poblaban la vereda, solo unas 25 han regresado. No se divisa, a varios kilómetros de diámetro, ni siquiera una tienda donde comprar una panela.

"Muéstreme usted dónde ve un cafetal lleno, frondoso. Aquí ya hay es puro rastrojo, las fincas se perdieron. No hay casi ningún cultivo. Cuando la guerrilla se metió, toda la gente se fue y hubo un momento en el que quedaron solo tres casas habitadas", cuenta Duvián, quien remata diciendo que suficiente es que le maten a uno un familiar, para no querer volver a ver la finca ni en pintura.

Samaria fue testigo de una de las masacres más cruentas que se hayan cometido en la historia reciente de Caldas. Tuvo lugar el 9 de enero del año 2004. Nueve muchachos fueron amarrados con una piola por el cuello y asesinados con un tiro de gracia.

Un campesino que aún no se decide volver, recuerda a alias "Rojas" carcajearse cada vez que visitaba la vereda. "Uno se pregunta más bien por qué el Gobierno no repartió los 5 mil millones de pesos que quería reclamar ese señor, entre los campesinos que lo padecieron", dice.

Porque fue justamente alias "Rojas" el que convocó a la comunidad, un día después de que asesinaran a los siete jóvenes.

Pedro José Flores Cifuentes estuvo en la reunión. "'Rojas' nos dijo que los habían asesinado porque eran soldados campesinos, cosa que no era cierta. Entre los muertos había unos primos míos. Prácticamente mataron gente de una sola familia", recuerda.

Y continúa. "Estando en la reunión dijeron que el autor principal, mejor dicho, que el jefe de los soldados campesinos estaba entre nosotros. Entonces fue cuando sacaron a mi cuñado y lo mataron delante de toda la gente. Se llamaba Gabriel Quintero. Con ese fueron ocho", dice.

Cuando se llega el momento
Jueves 23 de junio . A las seis de la mañana, don Alcides despliega sus piernas briosas, pero adoloridas. Se despierta contento sabiendo que solo faltan tres horas para un momento que ha esperado cinco años.

La travesía es por una montaña empinada adornada de tallos húmedos y ponzoñosos. Alcides habla de los Cuzumbos, las Tatabras y las Guaguas que ha visto cruzar en tantos años de vida jornalera. Y de los Murrapos y las manzanas de monte que se asoman en el camino.

Una vez llegados al punto, que previamente habían divisado varios campesinos, comienza la diligencia de exhumación.

Es un trabajo impecable el de Óscar Hidalgo, el antropólogo. Parece un artista desdibujando la tierra, empujándola para dé alguna noticia.

Son cuatro largas horas soportando los bichos y las nubes que amenazan con echarlo todo a perder. Y entonces aparecen los dos cráneos. Es muy posible que las medias azules y la correa negra que aparecen adheridas a los huesos sean las de Duvelio.

Es muy posible, sí. Pero será el Instituto Nacional del Medicina Legal el que determine, a través de cotejos de ADN, si valió la pena tantos kilómetros recorridos.

Don Alcides está ahí parado, tan tranquilo chupando su panelita. Como descansando de tanto noches de infierno. Está ahí parado, con tanta modestia, pidiendo cinco minutos de oración. Nadie se irá de semejante selva sin haber recibido una lección. 


*Agradecimientos especiales al CTI y a la Unidad de Exhumaciones de la Fiscalía General de la Nación, de Medellín, por toda la colaboración prestada. También a los soldados del batallón de Infantería No. 22 Batalla de Ayaucho, sede Manizales.

» Contexto

Alias "Karina"Neyis Mosquera García comandó el Frente 47 de las Farc que operaba en los departamentos de Chocó, Caldas, Antioquia y Risaralda. Llegó a tener hasta 500 hombres a su cargo. 

Alias "Rojas"Pedro Pablo Montoya Cortés era el jefe de seguridad del comandante del bloque noroccidental de las Farc, alias "Iván Ríos" a quien él mismo asesinó antes de desmovilizarse.
El Colombiano

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