Francisco Santos | Medellín
¿Legalización?
Miré con cuidado el documento sobre drogas de Gaviria, Cardoso y compañía. Buen ejercicio teórico cuya validez es abrir una discusión necesaria. Sin embargo, el fondo deja mucho qué desear, pues parte de supuestos ideológicos y de teorías económicas incompletas que generalizan conceptos y conclusiones.
Lo primero que hay que entender en este debate es que los países desarrollados tienen un problema de drogas que ni afecta su salud pública ni afecta su seguridad nacional. Es más, la mayoría de los recursos de este negocio ilícito, hay estudios que plantean hasta el 90%, se quedan en los países consumidores. ¿Por qué cambiarían de política? Es más, si despenalizan o legalizan (que en términos económicos sería lo único sensato, pero es políticamente inviable) los resultados son inciertos en términos de explosión de consumo y creación de un costoso problema de salud pública. Entonces el debate debe arrancar por ese análisis. ¿Qué haría que los países desarrollados cambiaran su visión frente al problema de las drogas en términos reales? Lo otro es carreta.
Un segundo error del documento es plantear que la lucha contra las drogas se ha perdido y hay que desechar todo el camino recorrido. Lo primero no es cierto y lo segundo es un error. El consumo de cocaína en Estados Unidos ha caído en un 50 por ciento en los últimos 25 años. ¿Es eso un fracaso? ¿Cómo lo hicieron? ¿Qué podemos aprender? El documento echa por la borda éxitos como este, y tantos otros, con un simplismo producto del sesgo, pues datos como estos no cuadran dentro de la teoría general del documento.
Un tercer error es pensar que si se acaban las inmensas ganancias producto de la característica ilícita del negocio se acaba la violencia. Las mafias del narcotráfico como organización criminal buscan extraer recursos de manera ilícita de otro tipo de negocios si su principal fuente de ingresos se disminuye o se acaba. En zonas de Colombia esto ya se ve, pues muchas bandas criminales hoy se dedican a otros negocios ilegales -extorsión, minería ilegal, robo de gasolina, que ha crecido, etc-.
Y está finalmente el tema del consumidor. Solo los países totalitarios criminalizan el consumo. En el resto del mundo se le ve como un problema o un enfermo. Problema porque va asociado a otro tipo de delitos violentos como el robo, que debe tener una mezcla de tratamiento y penalización. O el del adicto no problemático que necesita tratamiento.
Pero en ese análisis acertado del informe está quizás su peor error, especialmente para los países productores. Despenalizar el consumo sin mirar toda la cadena es condenar a nuestros países al peor de los mundos, un mundo de consumo disparado y de penalización de la producción. Nos quedamos con el pecado y sin el género.
El grupo muy importante de ciudadanos del mundo que pretenden una nueva mirada al problema mundial de las drogas con toda la buena intención, necesaria por cierto, abre el debate. Pero creo que ninguno llegó a donde llegó siendo ingenuos o sin entender la clave de la relación de poderes entre individuos e instituciones. Esa sabiduría colectiva es la que deberían aplicar para encontrar nuevas salidas, realistas, a este problema. Y no firmar informes políticamente correctos pero que no llevan a nada. Todos esperamos más de ellos.
Lo primero que hay que entender en este debate es que los países desarrollados tienen un problema de drogas que ni afecta su salud pública ni afecta su seguridad nacional. Es más, la mayoría de los recursos de este negocio ilícito, hay estudios que plantean hasta el 90%, se quedan en los países consumidores. ¿Por qué cambiarían de política? Es más, si despenalizan o legalizan (que en términos económicos sería lo único sensato, pero es políticamente inviable) los resultados son inciertos en términos de explosión de consumo y creación de un costoso problema de salud pública. Entonces el debate debe arrancar por ese análisis. ¿Qué haría que los países desarrollados cambiaran su visión frente al problema de las drogas en términos reales? Lo otro es carreta.
Un segundo error del documento es plantear que la lucha contra las drogas se ha perdido y hay que desechar todo el camino recorrido. Lo primero no es cierto y lo segundo es un error. El consumo de cocaína en Estados Unidos ha caído en un 50 por ciento en los últimos 25 años. ¿Es eso un fracaso? ¿Cómo lo hicieron? ¿Qué podemos aprender? El documento echa por la borda éxitos como este, y tantos otros, con un simplismo producto del sesgo, pues datos como estos no cuadran dentro de la teoría general del documento.
Un tercer error es pensar que si se acaban las inmensas ganancias producto de la característica ilícita del negocio se acaba la violencia. Las mafias del narcotráfico como organización criminal buscan extraer recursos de manera ilícita de otro tipo de negocios si su principal fuente de ingresos se disminuye o se acaba. En zonas de Colombia esto ya se ve, pues muchas bandas criminales hoy se dedican a otros negocios ilegales -extorsión, minería ilegal, robo de gasolina, que ha crecido, etc-.
Y está finalmente el tema del consumidor. Solo los países totalitarios criminalizan el consumo. En el resto del mundo se le ve como un problema o un enfermo. Problema porque va asociado a otro tipo de delitos violentos como el robo, que debe tener una mezcla de tratamiento y penalización. O el del adicto no problemático que necesita tratamiento.
Pero en ese análisis acertado del informe está quizás su peor error, especialmente para los países productores. Despenalizar el consumo sin mirar toda la cadena es condenar a nuestros países al peor de los mundos, un mundo de consumo disparado y de penalización de la producción. Nos quedamos con el pecado y sin el género.
El grupo muy importante de ciudadanos del mundo que pretenden una nueva mirada al problema mundial de las drogas con toda la buena intención, necesaria por cierto, abre el debate. Pero creo que ninguno llegó a donde llegó siendo ingenuos o sin entender la clave de la relación de poderes entre individuos e instituciones. Esa sabiduría colectiva es la que deberían aplicar para encontrar nuevas salidas, realistas, a este problema. Y no firmar informes políticamente correctos pero que no llevan a nada. Todos esperamos más de ellos.
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