El imperio de la mediocridad

El imperio de la mediocridad

Alberto Velásquez M. | Medellín

Mirando lo que aconteció en el Perú, en donde el elector tuvo que escoger para la presidencia entre "el sida o el cáncer", terrible dilema para enmarcar la confrontación Humala-Fujimori, sí vemos que en la región va agotándose el liderazgo presidencial.

Días antes de morir -y con inocultable nostalgia y preocupación- el escritor Eduardo Caballero Calderón se preguntaba "el porqué de pronto cayó el mundo actual en manos tan mediocres". Por qué, decía, "este vertiginoso descenso en la personalidad de los gobernantes". Si repasamos, con honrosas excepciones, la nómina de mandatarios que rigen, no solo los destinos del mundo, sino más concretamente los de la América convulsionada, concluimos en el mismo desencanto a que llegaba el escritor colombiano.

A manera de comparación Caballero Calderón enumeraba una generación de "figuras cimeras, con independencia de sus ideas políticas y de su obra de gobierno", que le dieron consistencia a sus liderazgos. Desfilaban por su pasarela, "Lenin, Stalin, Churchill, De Gaulle, De Gasperi, Mao, Gandhi, Tito, Golda Meir", entre otros. Y agregaba: "desaparecida aquella generación, el mundo cayó en manos de gobernantes de segunda clase, que no están a la altura de su tiempo, ni de las naciones cuyo destino tiene en sus manos".

¿Quiénes hoy, en vía de ejemplo, rigen los destinos en Latinoamérica? ¿Quién arrastra, con su discutido liderazgo, a la mayoría de los gobiernos de este sur del continente? ¿No es un coronel golpista que tritura todos los derechos de los venezolanos, que ha querido exportar su revolución fundamentalista bolivariana y que compra presidentes con sus petrodólares? ¿Y quién viene ahora a hacerle la segunda voz, quizá desafinada, sino otro militar golpista, que tuvo la fortuna de enfrentarse a una joven que carga todos los excesos y escándalos de su padre, uno de los autócratas más corruptos que hubo en el Perú?

Pero sigamos la lista: ¿Quién gobierna a Uruguay? Un viejo dirigente subversivo, que en los años 70 ejercía intimidación con los Tupamaros. Y la Argentina, ¿no está en las manos de una dama, acusada de haber recibido grandes sumas de dinero de Chávez para su elección? No es esta propiamente discípula de Golda Meir a quien Ben Gurión, primer ministro de Israel, consideraba por su fortaleza como "el único hombre que tengo en el gabinete". Ni hablar de Bolivia y el Ecuador en donde los gobiernos son satélites vergonzantes del ciclotímico jefe de Estado venezolano.

Sin ser rigurosamente cierto que todo tiempo pasado fue mejor, sí creemos que el liderazgo en el mundo y concretamente en Latinoamérica se ha desfigurado. Hay pocos, repetimos, sobre todo en la América mestiza, que convenzan por la razón, así algunos se muevan por la emoción. No faltan los mandatarios que se han revestido de facultades omnímodas para manejar a su arbitrio las instituciones que sirven de fachadas a los remedos de democracias. Algunos, al no llevar el ADN del liderazgo, tienen el gen del caudillismo, o el estigma del caciquismo.

El líder, escribía Nixon, ha de convencer y de conmover. Y agregaba: si el administrador piensa en hoy y en mañana, el líder ha de pensar en pasado mañana. De Gaulle lo concebía con tres cualidades: trazar caminos apropiados, tener inteligencia e instinto, persuadir a la gente que tiene autoridad ética.

El líder representa una dirección de la historia. Debe saber actuar en el momento preciso, con decisión, probidad e inteligencia. Atributos que dudamos los tengan la mayoría de los mandatarios de América Latina y ahora en especial el nuevo presidente del Perú.